Por Alberto Ferrari
BUENOS AIRES, 2 (ANSA)- Más cerca de la memoria que de la
historia, "Todos éramos hijos", libro de María Rosa Lojo, ofrece
una perspectiva poco explorada en la ficción argentina, como es
la mirada de los jóvenes que en la década del 70 quedaron
envueltos en la violencia política que desembocó en la dictadura
militar de 1976. "Todos éramos hijos" es una ficción testimonial cuya
protagonista -igual que Lojo- recorre escenarios reconocibles
como los claustros universitarios, donde fermentó la rebeldía de
los jóvenes y su compromiso político. El escenario de la novela incluye otros testimonios
generacionales enriquecidos por la literatura, como fue la
militancia en las organizaciones juveniles del peronismo de
izquierda y la "opción por los pobres" por la que apostaron a
partir del Concilio Vaticano II y la Teología de la Liberación. También, la ruptura de esa mirada entre utópica y romántica,
de aquellos jóvenes que percibían en el general Juan Domingo
Perón, en el "Mesías" que volvía a la patria para redimir a los
pobres después de casi dos décadas de exilio. El asesinato del cura Carlos Mugica, reconocido por su labor
pastoral entre los pobres, aún con Perón en la presidencia en
mayo de 1974 y a manos de la ultraderecha peronista, fue el
punto de ruptura, el descalabro de esos sueños juveniles
incubados en las facultades y los colegios secundarios. La muerte de Mugica, que el entonces presidente Perón no
condenó, constituyó el bautismo de las bandas de ultraderecha
que aterrorizaron y asesinaron a los militantes juveniles en las
facultades y en los barrios a partir de julio de 1974, cuando la
muerte del líder peronista les dejó despejado el escenario para
los crímenes impunes. "Empezamos a convertirnos en leprosos. Los jóvenes antes
queridos parecían envueltos en una nube contaminante como un gas
envenenado, que los separaba de sus prójimos", reflexiona uno de
los protagonistas de la novela, editada por Sudamericana. Lojo incluye en su relato poemas de su autoría escritos entre
1969 y 1970, en aquellos tiempos en que despedía la escuela
media con el montaje estudiantil de "Todos eran mis hijos" de
Arthur Miller e iniciaba sus estudios en la Facultad de
Filosofía y Letras, lejos de la mansedumbre del barrio de su
infancia. "Nunca oyeron hablar de lo que pasa en Filosofía?.Está lleno
de locas y de subversivos..", les advierte un conductor de taxi
a ella y a una amiga, en su primer viaje a esa facultad que
había sido un orfanato de los dominicos y que bullía de
asambleas, militantes y revoluciones por parir.
Lojo rinde tributo desde la construcción literaria a los
obispos Enrique Angelelli y Carlos Ponce de León y a los curas
palotinos asesinados durante la dictadura. "Ya nos hemos quedado sin verano/Y ahora no sabemos si hemos
muerto/O si aún es el último recuerdo/En la última nube que
miramos/Estamos vivos", escribe aquella joven que se va
desvinculando de su adolescencia y de sus amigas de la infancia. Sin embargo, la novela, en un giro temporal, retorna al patio
de la casa familiar donde desaparece el miedo y afloran los
recuerdos.
En ese patio los protagonistas del drama de Miller vuelven a
escena, en cartas enviadas desde el exilio en México o desde
lejanos pueblos del sur del país -también en el exilio interior-
con final incierto en tiempos en que el luto y los pésames
llegaban con las malas noticias de ex compañeros de la escuela
secundaria y la facultad muertos o desaparecidos.
Lojo obtuvo el Primer Premio de Poesía de la Feria del Libro
de Buenos Aires en 1984, el Premio del Fondo Nacional de las
Artes en 1985, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires en
1996 y el Premio del Instituto Literario y Cultural Hispánico de
California en 1999, entre otras distinciones. Sus novelas "La pasión de los nómades", "La princesa federal"
e "Historias ocultas en la Recoleta" han sido traducidas a
varios idiomas.
AEF-ADG/MRZ
02/08/2014 18:13
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